viernes, 30 de septiembre de 2011

El error de sobreproteger a los hijos

Es frecuente que las personas, cuando se enfrentan al gran reto de ser padres, experimentan gran cantidad de dudas: ¿Seré buen padre?, ¿Qué debo hacer para educar bien a mis hijos?, ¿Cómo puedo trasmitirles los valores que quiero?, ¿Cómo enseñarles el modo de comportarse adecuado?, ¿Cómo eliminar los comportamientos inadecuados y regañarles cuando es preciso sin convertirme en un “ogro”?, ¿Cómo ganarme su confianza y al mismo tiempo hacerme respetar?...
 Ciertamente todas estas cosas son importantes a la hora de educar a los hijos y establecer una buena relación de confianza, apoyo y respeto mutuo. Es normal que todas estas dudas puedan sobrevenir a un padre en algún momento. Cuando se tiene un hijo, la mayoría de los padres tratan de buscar lo que cada uno considera mejor para él, y actuar del modo que creen más adecuado. Pero en esta toma de decisiones, a veces, los padres, sin ninguna intención de hacer mal a sus hijos, no eligen lo que es más recomendable para ellos, ni actúan del modo más beneficioso para su desarrollo. Esto ocurre por ejemplo, cuando se es demasiado sobreprotector con un hijo.

La sobreprotección se traduce en una serie de comportamientos de los padres hacia el hijo que limitan la libertad de éste a la hora de tener experiencias con su entorno y que buscan evitar la experimentación por parte del hijo de consecuencias negativas tanto emocionales como físicas (Ej. No dejarle hacer ciertas cosas para prevenir que le pase algo, no dejarle jugar a ciertos juegos por temor a que se haga daño, controlar en exceso donde está, acompañarle en cada momento, resolver todas las dificultades que tenga y consentir todo aquello que quiera para evitar que experimente emociones negativas…). Además, todos estos comportamientos tienen una contrapartida en los padres, y es que, a través de ellos, los propios padres logran apaciguar sus inseguridades y temores y evitan, ellos también, experimentar emociones negativas. Si su hijo no se expone a lo que los padres consideran “fuentes de peligro”, ellos evitarán experimentar la intranquilidad que esa situación les generaría. Del mismo modo, si consienten todo lo que el niño quiere y resuelven todas las dificultades que el niño experimenta, evitan lo desagradable que es tener que decir que no y privar al hijo de algo que desea, así como evitan también asistir a una rabieta y ver al niño mostrar emociones negativas como el llanto y la tristeza… De esta manera las conductas sobreprotectoras se mantienen por dos factores: 1) Evitan consecuencias negativas para el niño y 2) Evitan situaciones negativas para los padres.

Pero, no olvidemos que esto tiene otra consecuencia está vez perjudicial para el desarrollo del niño: Se está privando al niño/a de experiencias de aprendizaje, ya que además de estarle privando e experiencias negativas, también se le puede estar privando de experiencias positivas, y ni que decir tiene que de lo negativo también se aprende y son este tipo de experiencias las que permiten a las personas ir desarrollando habilidades de afrontamiento para su día a día. Entre estas habilidades se encuentran la “tolerancia a la frustración”, las capacidades para resolver los propios problemas, las habilidades para gestionar adecuadamente las emociones positivas y negativas, la capacidad de aplazar la obtención de las cosas que deseamos (pues no todo se puede tener en el momento en que uno quiere)…
Es a través de la experiencia como las personas empezamos a desarrollar nuestro conocimiento sobre el mundo (las contingencias que los rigen) y el repertorio de conductas y de habilidades de afrontamiento que nos permitirá ser cada vez más autónomos e ir superando progresivamente las situaciones y dificultades que nos deparará la vida. A través del contacto con su entorno, el niño va aprendiendo desde pequeño que conductas son apropiadas en un momento dado y cuáles no. En ocasiones el niño hará algo inadecuado y recibirá consecuencias negativas por ello (bien una reprimenda o bien una consecuencia física negativa como por ejemplo, recibir un azote en la mano cuando trata de meterse a la boca algo que no debe). En otras ocasiones, las consecuencias de su conducta serán positivas (por ejemplo, si desea agua y lo pide, el niño verá calmada su sed; si presiona el juguete que le han regalado oirá un sonido que le gustará; si se come toda la comida, se le llevará al parque).
Como regla general, aquellas conducta que reporta consecuencias positivas tenderán a repetirse, y aquellas que conllevan consecuencias negativas se eliminarán. Esta es la manera como aprendemos las personas, la única diferencia es que el tipo de conductas que estamos preparados para adquirir es cada vez más complejo a lo largo de nuestro desarrollo vital. Pero es necesario tener experiencias con el mundo para que estos aprendizajes cada vez más complejos puedan producirse.
De igual modo que aprendemos contingencias básicas como que cuando nos llevamos algo del suelo a la boca, mamá o papá nos regañará o que cuando no nos comemos todo el plato, no tendremos postre… también empezamos a aprender qué cosas nos gustan y nos causan emociones positivas y cuáles no. Por ejemplo, cuando nos subimos al tobogán y nos lanzamos por él, podemos experimentar una emoción agradable pese a que el tobogán está alto y si no tenemos cuidado nos podemos caer; al jugar con la arena nos lo podemos pasar muy bien, pese a que nos pondremos manchados y podemos estar expuestos a muchos gérmenes… Al privar a los niños de experiencias de aprendizaje estamos limitando su contacto con situaciones desagradables, pero también con las agradables y estaremos limitando por tanto, la posibilidad de beneficiarse de todas esas ricas experiencias, que les permitirán además de ser más capaces y autosuficientes el día de mañana, conocerse cada vez más, saber lo que les gusta y lo que no… Si no experimentan lo negativo, difícilmente aprenderán de ello y tendrán la capacidad de sobreponerse a esa emoción; si no experimentan lo positivo, no disfrutarán de esa experiencia, no aprenderán a valorar esas cosas y momentos, ni pondrán en marcha conductas para volver a experimentarlo.
Es necesario que el niño o niña, desde que viene al mundo esté expuesto a las experiencias apropiadas para su edad para que vaya adquiriendo de manera espontanea aquellos comportamientos y capacidades que resultan adecuados para su nivel de desarrollo. Eso sí, siempre con un grado de control apropiado por parte de los padres y otras figuras de referencia, que ni le prive de esas experiencias necesarias para crecer, conocer cómo se organiza el mundo y ganar en autonomía, ni le exponga sin protección a aquellas situaciones que le podrían dañar y para las que aún no está preparado para afrontar.


*En relación a este tema les animo a consultar un “cuento para padres” que les ayudará a reflexionar sobre los efectos negativos que puede tener la sobreprotección de los padres hacia los hijos. El cuento se titula Nubecilla, y ha sido escrito por Víctor Gómez.


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